Si la cosa funciona

Los seres humanos somos seres contradictorios, entre otras muchas cualidades que nos “adornan”. Lo digo porque a pesar de que tenía un tema bien pensado para mi próxima entrada, me sumerjo en mi blog hoy con el afán de escribir sobre otra cosa completamente distinta. Lo cierto es que dicha idea primigenia, sobre la que creo que tendré la ocasión de escribir más adelante, requiere un cierto trabajo de documentación en el que aún me encuentro inmersa. Aún así, aunque la información estuviera ya bien asimilada no habría abordado en este preciso instante un tema como ese. Hoy es una de esas noches en las que uno quiere decir muchas cosas, cosas sobre las que no hace falta documentarse, porque son al final parte de nuestra propia vida. 
A decir verdad hoy he tenido un día como cualquier otro. Un martes que se ha esfumado ante mis ojos como lo hacen el resto de días de la semana, y a pesar de ser tan plenamente consciente de la fugacidad con la que pasa el tiempo, ya de buena mañana me he permitido el lujo de tener pensamientos negativos y de levantarme un poco quejumbrosa. He aquí, sin ir más lejos, una de nuestras mil contradicciones. Sabedores de que no vamos a estar aquí por siempre, desperdiciamos un porcentaje altísimo de nuestro tiempo lamentándonos por, si somos honestos, ningún motivo. Así pasan ante nosotros las horas, los días, las semanas y los meses, siempre a la espera de algo, bien sea el fin de semana, un trabajo mejor, más dinero, estabilidad sentimental…algo que al fin y al cabo nos haga sentir plenos, satisfechos. Sin embargo, cometemos con todo ello un gran error, pues el poder sentirse pleno no depende en su totalidad de nuestras circunstancias, sino de nosotros mismos; circunstancias que, por cierto, también dependen de nosotros, pues todo está en nuestra mano, y todo se puede cambiar o evitar, salvo la muerte.
Dicho esto, puede parecer que llegada la noche, y con ella mi momento de relax, me haya inundado el optimismo y pretenda ahora venderos el manido mensaje de “seamos felices a diario”, “vive cada día como si fuera el último”, y toda esa sarta de gilipolleces (con perdón). No es esa mi intención pues considero inalcanzable y utópica la sensación de plenitud y felicidad absoluta una vez alcanzamos la edad adulta, momento en el que la vida real nos da un buen tortazo en la cara. Sin embargo, y siguiendo la línea de las ya mencionadas contradicciones, no estoy tampoco invadida por el pesimismo, a pesar de lo que pueda parecer. Esto significa que no os estoy invitando a la resignación o directamente al suicidio debido a lo azaroso e injusto que son nuestro destino y nuestra vida.
En realidad, no hay que ver el vaso medio lleno ni medio vacío. Ni todo blanco o todo negro, pues la gama de grises es amplia y está llena de matices. Se trata por ello de asimilar esa variedad de tonos, de asumir, al fin y al cabo, que la vida es lo que es, y nos ofrece unas cosas mientras nos priva de otras. Sólo cuando asumamos ese equilibrio e intentemos sacarle el máximo partido posible a cada situación, buena o mala, alcanzaremos una sensación de satisfacción y plenitud, que son las nociones más cercanas a la felicidad posibles. Se trata de no perder el tiempo, pues no sólo es algo que la vida jamás nos va a devolver, sino que además corre en nuestra contra.
Este desasosiego ante la fugacidad de la vida y la innegable llegada de la muerte es algo que ha preocupado al hombre desde el principio de los tiempos, y lo sigue haciendo. El arte ha reflejado esto y puede que sean las “vanitas” barrocas uno de los mejores ejemplos. Se trata, en términos muy generales, de representaciones pictóricas cargadas de símbolos referentes a este concepto de fugacidad y muerte: el reloj o la vela que se consume, ambos referidos al tiempo que se nos escapa; la calavera, que como es obvio hace referencia a la muerte; y los bienes materiales (joyas, monedas, libros…) al lado de todo ello, poniendo en evidencia su nula importancia tras la vida.




Antonio de Pereda y Salgado, Alegoría de la vanidad del mundo (1634)


En un lenguaje con el que estamos más familiarizados hoy, el séptimo arte nos sigue lanzando constantes mensajes al respecto, siendo un fragmento de la película Troya (2004, Wolfgang Petersen) uno de mis favoritos. En su único instante de intimidad, Aquiles le dice a Briseida:


“Te contaré un secreto, algo que no se enseña en tu templo. Los dioses nos envidian, nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último. Todo es más hermoso porque hay un final. Nunca serás más bella de lo que eres ahora. Nunca volveremos a estar aquí”.



Y cuánta verdad hay en ello, ¿no?

La vida es corta, imperfecta y azarosa, y es ahí donde está la magia. Quiero cerrar la entrada con humor, y con humor del bueno, salido de uno de mis directores favoritos, Woody Allen. Su película, Si la cosa funciona (2009), a través de un personaje principal muy peculiar e ingenioso, así como terriblemente pesimista, nos hace salir del cine no sólo con una sonrisa en los labios sino con una visión más agradable de la vida (he aquí la última contradicción del día). Desde una óptica que me encanta, quizá por parecerse un poco a mi manera de ser y de pensar, el personaje de Allen, Boris Yellnikoff, con una perspectiva crítica y algo cruda de la realidad, nos invita a disfrutar todo lo posible de la vida.



“Aprovecha todo el amor que puedas dar o recibir, toda la felicidad que puedas birlar o brindar, cualquier medida de gracia pasajera, si la cosa funciona…”


Comentarios

  1. Me encanta Bego.Aqui me tienes como una seguidora incondicional.

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  2. Las dudas que me acechan de cuando en cuando sobre tu acirto en la eleccion
    de una formacion humanista y no tecnica,al leer esto, se disipan como la niebla
    bajo el sol de la mañana.
    Yo creo que "la cosa si funciona".Te felicito por el articulo,sigue asi.

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