La maternidad
Janine Antonini, 2038 (2000). |
«No voy a hablar de arte, voy a
hablar de sentimientos. Aunque, ¿acaso lo primero no conlleva, necesariamente,
lo segundo?». He borrado y escrito esta frase al menos unas cuatro veces.
Plasmar por escrito la esencia de lo que una quiere transmitir o de lo que está
pensando no es fácil, pero la he terminado aceptando ante la imposibilidad de
desentrañar de mi cabeza otras palabras, y porque esta vez ha ganado el «mejor
escribir que dejar que todo se evapore». En definitiva, lo que sin ningún éxito
poético-literario pretendía advertir al lector en esa frase de apertura es que no
debe esperar de este artículo un análisis artístico sobre la obra de Janine
Antonini, a quien, debo confesar, conocí hace pocos días.
La cuestión es que, por motivos que no vienen al caso, aunque siendo historiadora del arte tampoco resultará una sorpresa para nadie, ayer mismo me sumergía por primera vez en la lectura de una antología de textos de Linda Nochlin sobre mujeres artistas[1].Apenas leídas cuarenta páginas y vistas cuatro imágenes que acompañaban al texto, la fotografía que abre este artículo me conmovió de tal manera que me desconectó por completo de la lectura. La observé durante largos minutos, ¿o quizá fueron solo unos segundos? Sea como fuere, tengo la certeza de que fue un tiempo mucho más largo del que, acosados y acostumbrados a todo tipo de imágenes en movimiento, somos capaces de estar mirando un instante congelado en una fotografía.
En la instantánea, una joven Antonini, sumergida en una bañera cuya turbia agua pasa casi desapercibida ante la dulzura de su gesto, aparece junto a una vaca que serenamente acerca su hocico para beber. Podría parecer por la pose de la artista, por su cercanía con el animal y por la perspectiva de la fotografía, que la vaca está siendo amamantada por la joven. En esta obra, que sin más explicación o significado ya es bella, tenemos en realidad una reinterpretación absolutamente brillante de la maternidad. La biología iguala a la mujer y al animal, pues ambas están inexorablemente vinculadas a la crianza y a la lactancia. Ya a finales del siglo XIX el pintor Giovanni Segantini nos ofreció una tiernísima imagen de “Las dos madres”, pero Antonini da una vuelta de tuerca más. ¿Se han fijado en el título de la fotografía? Exacto, 2038, el número que aparece en la etiqueta de identificación de la vaca y que “revela su identidad como máquina biológica”[2]. Así, la ternura de la imagen contrasta con una la audaz y dura crítica al sometimiento del animal a los humanos, y también de la mujer (¿qué es, sino, un vientre de alquiler?).
Giovanni Segatini, Las dos madres (1889) |
No cabe duda de que el arte es muy
difícil de definir, entre otras cosas por sus múltiples facetas (económica, cultural, ideológica) dentro de nuestra sociedad capitalista, pero
lo que resulta claro es que “aquello que convierte a un objeto
en obra de arte es algo externo a él”[3]. En este sentido, el poder ejercido por las imágenes, como ya estudió Freedberg, pone en el punto de mira a los espectadores, y en esta obra de Antonini la valentía, la agudeza, la originalidad y la belleza no dejan indiferente a nadie.
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